Carlos Alberto Hornos

Juan José Arrarás
Fotografía de archivo familiar

La escena se repetía cada tarde, casi como un ritual doméstico, en la carnicería de la familia Hornos. Un muchacho de comportamiento adulto, con el delantal manchado de grasa y manos precisas conocedoras del oficio, sostenía a un niño que no era suyo. El nene seguía a Carlos Hornos a todas partes, entre las heladeras de acero, los ganchos, el olor fresco de la carne. Lo levantaba en brazos, lo acomodaba a un costado y seguía trabajando. A veces lo dejaba sentado en el mostrador y charlaba con él.

Ese niño era Pedro. Apenas tenía seis meses de vida cuando sus padres se separaron y quedó al cuidado de una tía que vivía a media cuadra de la carnicería, en la localidad platense de Los Hornos. Pero al tiempo, esa tía quedó embarazada y no pudo hacerse cargo de criar a su sobrino. Entonces, antes que cualquier institución o pariente lejano interviniera, la familia Hornos adoptó a Pedro como propio. Carlos hizo lo que venía haciendo desde el primer día: protegerlo. Y su madre, Teresa, dio el sí definitivo. Así, en una casa de 517 entre 212 y 213, al oeste del partido de La Plata, Pedro pasó a ser un hijo y hermano más. Pero sobre todo, la responsabilidad afectiva de Carlos…

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