Juan Jose Arrarás

Juan José Arrarás
Fotografía de archivo familiar

El paracaídas ardía en el aire como una bandera de fuego. Sus compañeros vieron cómo la figura de Juan José Arrarás descendía sin remedio sobre el mar frío y bravo, a pocos kilómetros de la costa. El impacto de un misil Sidewinder en la cola de su A-4 lo había obligado a eyectarse. Por un instante pareció que había esperanza: la cápsula disparada, el paracaídas desplegado. Pero el fuego lo devoró antes de tocar el agua.

Era el 8 de junio de 1982. La escuadrilla había partido de Río Gallegos a las 17:15, después de insistentes pedidos de los pilotos tras el desembarco británico en Bahía Agradable, en la isla Soledad, esa misma mañana. Arrarás estaba entre ellos. En medio de la tensión, lo distinguía una calma extraña, contagiosa, que convivía con la firmeza de su carácter. Siempre había estado espiritualmente sereno, dispuesto a enfrentar el riesgo que implicaba cumplir una misión de guerra…

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